Somos -o quieren hacernos creer que somos- producto del concepto de «globalización», que algunos de los teóricos de la sociología, de la economía, y de otras ciencias sociales se encargan de difundir y que los medios masivos de comunicación se encargan de reproducir constantemente.
El concepto de Marshall McLuhan y su «aldea global» funciona como anticipo en los estudios comunicacionales. Este conjunto de expresiones impactan claramente en los «inconscientes colectivos» de los pueblos. Los medios masivos de comunicación, particularmente, se encargan de difundir constantemente estos términos. Claramente también moldean nuestro pensamiento y, desde éste, nuestros actos.
Por lo tanto, el sistema se reproduce constantemente entre la superficialidad de la homogeinización y de la simpleza verbal. Los valores se vuelven etéreos, difusos -y en ciertos casos- ridículos.
Observo el contenido de los mensajes de los aparatos comunicacionales -insistiendo y machacando- con productos seriados, vulgares y carentes de imaginación. Términos como «globalización», «nueva economía», «convergencia», etc., son las palabras de la neo-lengua del siglo XXI.
Succionamos inconscientemente conceptos e ideas en milésimas de segundos -al igual que los mensajes publicitarios-, y cuando no soportamos más la tensión, abandonamos, aplicamos el zapping intelectual.
Es ese cansancio el que debemos quebrar, y digo quebrar en el sentido más literal de la palabra. Quebrar, romper, desestructurar, en fin: destruir. No quiero pertenecer a un mundo homogéneo, idéntico, espejo de un sistema que carcome la esencia del individuo. Tampoco quiero ser un Quijote en busca de gigantes inexistentes, aunque en mis pensamientos más puros y cristalinos creo verlos e identificarlos. Por lo tanto, propongo el activismo.