Hoy caí en la cuenta, una vez más, de que los niños crecen. Un cliente mío encargó uno de sus negocios a su hijo varón, y ahora que me pasó la responsabilidad del desarrollo del sitio Web del negocio, empecé a manejarme directamente con su hijo. Ese hijo, que él llama con afecto (y todos los demás conocíamos como) «Juanchi», es ahora responsable de un negocio importante y yo respondo ante él. ¿Cuándo fue que creció ese púber que tímidamente aparecía en las fiestas de fin de año de la empresa de su padre?
Por un lado detecto en mí una actitud algo paternalista con mis clientes de igual o menor edad, pero, por otro, no puedo evitar pensar: ¿Cómo puedo estar trabajando para alguien tanto menor que yo? ¿No debería estar trabajando para su padre? ¿Si de buena gana intento ser su mentor en los temas que me atañan, será porque yo no logré hacerme de uno?
A veces me gustaría contar con un row model en los negocios, pero no lo tengo, y a veces creo que lo necesitaría. Admiro aspectos de varias personas, sí, aunque no logro pensar en una en especial. Y el tiempo pasa. Y yo crezco (envejezco, a estas alturas). Y los hijos de mis clientes pasan a ser mis clientes. Y parecería que sólo me queda la opción de volver a mis row models originales: papá y mamá, mis viejos. ¿Será que todos los caminos terminan donde comienzan?
Postdata: Acabo de pensar en alguien que conocí hace tiempo, a través de un libro de mi padre, y que puede haber sido mi primer modelo a seguir en los negocios: Dale Carnegie. De él aprendí que se puede alcanzar el éxito desde abajo, que preocuparse genuinamente por las personas es útil no sólo para el espíritu, y que es inteligente el rodearse de personas más inteligentes que uno.